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Nunca había podido olvidarla. Ese pelo de brillos dorados, su largo y blanco cuello, los ojos casi amarillos, su figura enfundada en esos vestidos ceñidos al talle y amplios de abajo, los senos de mármol firme apretados y palpitantes en el escote, los falsos modales delicados, su honesta desfachatez; ese ir por el mundo delicada y poderosa.
Pero lo que sin importar el tiempo aparecía sin previo aviso en su mente, en esos lugares ajenos (y es que todos los lugares le eran ajenos), en esos momentos de soledad (todo su tiempo estaba lleno sólo de soledad), era su sonrisa pícara, encendida, brillante y magnífica, con labios más rojos que la suave caperuza que la cubría siempre.
Así cómo no iba a reconocerla entre la multitud. Se veía igual, después de tanto tiempo: El pelo de sintéticos tonos, el cuello lleno de adornos artificiales, los ojos con pupilentes multicolores, su cuerpo casi desnudo y libre, los senos macizos y bamboleantes en la blusita de plástico, sin ninguna modestia fingida, con desfachatez rotunda y esa actitud tan suya de comerse el mundo.
Y su instinto vibró como ya había olvidado que podía hacerlo. Una vez más tuvo un lugar en el universo (como si nunca lo hubiera perdido). De nuevo tenía un motivo (que por tanto tiempo había olvidado). Ahí veía de nuevo esa sonrisa siniestra con los femeninos labios manchados de sangre.
Iniciaba la temporada de caza para el lobo.
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1 comentario:
Reencuentros.
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