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- Créeme; esto me duele más a mí que a ti- dijo mamá.
El primer cinturonazo se estrelló en el trasero del niño con un rotundo tronido. Él apretó los dientes y ella soltó un ligero sollozo. El segundo impacto fue como el primero y las lágrimas rodaron por las mejillas del pequeño. Para la tercera nalgada, él ya lloriqueaba y su madre seguía sollozando, haciendo que el cuarto golpe se desviara hacia las piernas y el quinto se estampara en la base de la columna, con un grito estridente del niño.
Mamá se sentó en la cama con los ojos húmedos. Su hijo se levantó y salió corriendo hacia su cuarto, alejándose de la alcoba de su madre. Ella- sola, al fin sola- se soltó a llorar sonoramente, tratando de percibir su cuerpo: En la espalda había un latigazo sangrante que se formó con la primer nalgada; en el tobillo izquierdo pulsaba una luxación que le apretaba la piel en la media desde el segundo golpe; con el tercer cinturonazo se le había infectado una muela y ahora se le comenzaba a inflamar la cara; para el cuarto impacto sintió el primer cólico renal y en el quinto sintió la sangre correr por su entrepierna cuando los cálculos bajaron de prisa hasta su vejiga y pugnaron por salir.
Lloró un buen rato. Lloró sola. Lloró y pensó en cómo explicarle al doctor que en esa casa no había nada ni nadie que la lastimara tanto como el amor a sus hijos.
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1 comentario:
Dolor.
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