jueves, noviembre 03, 2011

74.

.

Era verla y vivirlo todo de nuevo. Siempre queda algo por decirnos, cosas por vivir. Cada reencuentro es una oportunidad de hacer que todo salga bien. Ella es bellísima, brillante, encantadora. Volver a verla es mirar los ojos de la mujer de mi vida.

Sin embargo, siempre nos pasa igual. La pasión se desgasta con cada día de rutina e idiosincrasias. Se vuelve intolerable su risa de costumbre, su actitud pasiva, sus roces fríos.

Es cuando sé que llega el momento: La desactivo, destruyo su cuerpo sintético descargando la terrible frustración de perderla y la tiro como chatarra.

Entonces me toca esperar. Sólo son unos cuantos meses para abrir la cochera y encender otro androide del mismo modelo y comenzar de nuevo. Esperar decir, esta vez, las cosas correctas, de hacerlo todo bien.

Y es que en los meses que no está la extraño tanto.
.

73.

.

Apenas le llegó el rumor de que los muertos se levantaban de sus tumbas, le faltó tiempo para salir corriendo a buscarlo.

Cuando lo encontró, con ese andar pesado, la mirada vacía, la piel podrida, los brazos levantados, cubrió su boca con el puño para callar un sollozo y se lanzó a abrazarlo.

Al sentir sus dientes carcomidos rasgar su piel, ella sintió que era como volver a casa.
.

martes, noviembre 01, 2011

72.

.

Me dio vergüenza. Me dio asco. Me dio miedo. Me dio odio.

Llegar a casa y encontrarte a ti mismo sentado en la sala, jugando Xbox, no está padre. Y menos cuando ese tú invasor tiene 8 años.

Me dio vergüenza el cuchitril donde vivo, con las paredes escarapeladas, con una habitación diminuta, una cocina miniatura y una sala de juguete. Pero al móndrigo mocoso ese nido de ratas le parecía un palacio. Paseaba la vista por todos los rincones, con ojos abiertos, emocionado, repitiendo “¿De verdad es mío? ¿De verdad es mío?”. “No, pinche mocoso, es mío y me cuesta un huevo y la mitad del otro cada mes, pero es lo único que puedes pagar”, pensaba.

Me dio asco mi soledad, la falta de otra presencia humana que no fuera por Internet en esa cueva inmunda, mi falta de amistades, mi sobra de petulancia. El chamaco ladraba emocionado “Y es sólo mía. Qué bueno. Así nadie tocará mis cosas”. Y quise gritarle “No, pendejo, nadie tocará tus cosas. No aunque se los pidas. No aunque se los ruegues. No aunque haya noches en que sea lo único que necesitas”.

Me dio miedo ver la emoción que le daban mis 2 únicas posesiones valiosas: Un monitor LCD y una consola de videojuegos. Me asustó tanto ver lo poco que había cambiado, el escaso mundo que le había mostrado a ese niño. Y él reía y se emocionaba como un retrasado: “¿Y ya viste este juego? ¡Es mejor que las maquinitas que tienen en la farmacia de la esquina!”. Como podría decirle “No importa. Nunca tienes tiempo de jugarlo. Y es todo lo que tienes. ¡Todo!”.

Y al final me dio odio. Sí, ese escuincle me dio odio. Un odio ciego a todo lo que era, a todo lo que fui, a todo lo que le fallé y él me falló a mí. Me le fui encima y lo ahorqué. Él me veía asustado, temblando. Tiraba patadas, chillaba. Se hizo pipí encima suyo y encima mío. Apreté tan fuerte que podía sentir los huesos quebrándose.

Y así terminé con aquel que fui. Y así espero haber terminado con lo que soy. ¿Cuándo desapareceré? ¿Faltará mucho?
.

71.

.

Nunca había podido olvidarla. Ese pelo de brillos dorados, su largo y blanco cuello, los ojos casi amarillos, su figura enfundada en esos vestidos ceñidos al talle y amplios de abajo, los senos de mármol firme apretados y palpitantes en el escote, los falsos modales delicados, su honesta desfachatez; ese ir por el mundo delicada y poderosa.

Pero lo que sin importar el tiempo aparecía sin previo aviso en su mente, en esos lugares ajenos (y es que todos los lugares le eran ajenos), en esos momentos de soledad (todo su tiempo estaba lleno sólo de soledad), era su sonrisa pícara, encendida, brillante y magnífica, con labios más rojos que la suave caperuza que la cubría siempre.

Así cómo no iba a reconocerla entre la multitud. Se veía igual, después de tanto tiempo: El pelo de sintéticos tonos, el cuello lleno de adornos artificiales, los ojos con pupilentes multicolores, su cuerpo casi desnudo y libre, los senos macizos y bamboleantes en la blusita de plástico, sin ninguna modestia fingida, con desfachatez rotunda y esa actitud tan suya de comerse el mundo.

Y su instinto vibró como ya había olvidado que podía hacerlo. Una vez más tuvo un lugar en el universo (como si nunca lo hubiera perdido). De nuevo tenía un motivo (que por tanto tiempo había olvidado). Ahí veía de nuevo esa sonrisa siniestra con los femeninos labios manchados de sangre.

Iniciaba la temporada de caza para el lobo.
.