lunes, agosto 26, 2013

86.

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El día que las cosas se levantaron para destruir a sus creadores, los que sufrieron las torturas más terribles fueron aquellos que dejaron sus creaciones inconclusas.
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viernes, agosto 09, 2013

85.

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Para sorpresa de propios y extraños, el apocalipsis llegó hace muchos años: Había comenzado justo en el momento en que dejamos de sentir el dolor ajeno.
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84.

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Suena el teléfono…

- ¿Bueno?

- Hola, ‘pá…

- Ah, eres tú. ¿Cómo estás?

- Bien, ‘pá. Bien. Festejando con unos amigos… ¿Y tú?

- ¿Y qué festejas tú? Ya es tarde…

- Nada, ‘pá, bueno, sí, un poco. Es que me ascendieron en el trabajo y los compañeros, ya sabes, querían invitarme un trago.

- ¿Te ascendieron? ¿Y cuánto te aumentaron?

- No, bueno… no me dieron un aumento, en realidad. Es un… o sea… es un mejor puesto y, si en 3 meses ven que puedo con el puesto, entonces me ajustarán el sueldo…

- ¡”Te ajustarán el sueldo”! Te están viendo la cara, hijo, no seas tonto. Si te están dando el puesto, lo normal es que te den el sueldo.

- No, ‘pá, no… así no es acá. No entiendes cómo…

- Sí, hombre, sí. Ándale, que te sigan robando.

Silencio.

- ¿Y tú, qué haces, ‘pá?

- Estaba por irme a dormir.

- Ah…

- Ya es tarde.

- Yo sé, yo sé…

- Apenas me acabe esta cerveza ya me voy a dormir.

- ¿Sigues bebiendo, ‘pá?

- ¿Cómo que si sigo bebiendo? No estoy borracho, eh. Sólo es una cerveza para poder dormir y ya.

- Papá, el médico te dijo que no deberías tomar nada de alcohol; te hace daño…

- El pinche doctor qué va a saber. Es sólo una cerveza…

- No, ‘pá, no es que sea una ni muchas, es que…

- Bueno, ¿qué? ¿Me vas a regañar o qué? Ahora resulta que tú me vas a decir qué hacer.

- Tienes que cuidarte, ‘pá. Acuérdate que mi mamá…

- Tu mamá no está.

- Ya sé. Por eso. Acuérdate…

- ¡Nada! ¡Tu mamá no está! ¡Ya no está!

- Bueno, ¿y de quién es la pinche culpa, eh?

- ¡Ah! ¡Ahora es mi culpa!

- Bueno, no… la cosa es…

- La cosa es que tu mamá ya no está aquí. ¿Es mi culpa? Dímelo… ¿Es mi culpa?

- ¡No! No sé… No… Pero tienes que cuidarte, ‘pá. Acuérdate que le prometiste…

- Ya, ya, ya. Es sólo una puta cerveza. Ya. Y además es light y sabe a meados.

Otro silencio.

- ¿Y cómo está tu familia? ¿Tu mujer?

- Bien. Bien. Creo que bien…

- Ya es muy tarde. Seguro tu mujer está preocupada…

- Sí… no, no creo, la verdad.

- ¿Cómo no? Tú de borrachote y ella preguntándose donde estás.

- Papá, ella no… no…

- Al menos ya le hablaste, ¿no? No eres tan pinche desobligado.

- Je… claro. Como tú hablabas a casa cuando te ibas con mis tíos, ¿no?

- No es lo mismo. Ustedes sabían que estaba con la familia, que estaba bien, que sabía cuidarme solo.

- ¿Y yo no? ¿Es lo que dices?

- Pues no. Y se nota. Todavía actúas como un niño chiquito que no sabe cuidar a su familia.

- Mi familia… Papá, ellos…

- Ellos están preocupados por ti. Ya vete a casa, hijo. Duerme la mona y luego hablamos.

- Ok, ok…

De nuevo silencio.

- ‘Pá…

- ¿Qué pasó?

Más silencio.

- ¿Estás bien?

- Sí, sí…

- ¿Necesitas dinero?

- No, ‘pá, no… sólo…

- ¿Qué?

- Buenas noches, ‘pá.

- Buenas noches, hijo. Y oye…

- Dime.

- Cuídate, por favor.

- Sí. Adiós.

Un lado de la línea cuelga el teléfono. Del otro, un aliento con aroma a alcohol se estrella con el auricular esperando algo que no va a pasar. Después de unos segundos, también cuelga.
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viernes, agosto 02, 2013

83.

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No sabía que pensar doliera. De verdad, no lo sabía. Para mí era normal la ligera presión en los costados del cráneo, perder el foco de visión, la necesidad de acariciarme la nuca cuando me concentraba en algo. Nunca sospeché que todo eso fueran síntomas de dolor al pensar. Y no lo habría descubierto si no hubiera probado el Encefalodol.

Yo tampoco creía que fuera cierto cuando vi los primeros comerciales. Tenía mis dudas cuando lo hicieron gratuito en el Seguro Social. Pero después de que mi médico familiar me dijo que todo lo que tenía era dolor de pensamiento, al probarlo, todo me quedó claro. No sabía. No sabía nada.

Es una especie de gorro de baño con algunas agujas y cosas que se te pegan en la cabeza. Viene con una pila que dura aproximadamente un mes. Sólo te lo pones y en seguida descubres que has pasado toda tu existencia con un dolor constante. La vida se ve distinta; todo es mejor, nada te molesta y el mundo entero es más… fácil. No pasó ni un día para que me sintiera mucho mejor. Excepto, claro, cuando llegaba el miedo.

Todo me asustaba. No era un terror brutal, paralizante, no. Era sólo ese desasosiego que uno siente al cruzar una calle, cuando un desconocido te ve por mucho tiempo en la calle, después de los noticieros. Había una amenaza profunda en algún lugar dispuesta a saltar sobre mí, pero no podía saber cuándo ni dónde. Mi doctor me dijo que era algo normal, que el Encefalodol podía tener ese efecto secundario, pero que me relajara y dejara que todo siguiera su cauce. Así que eso hice, pero el miedo seguía.

Y entonces sucedió. Dijeron en las noticias que el miedo era porque aquellos que no usaban el Encefalodol seguían pensando, se rehusaban a dejar de sentir dolor y eso los volvería locos. Nos informaron de sus planes de quitarnos la medicina y regresarnos la agonía. Era intolerable. Esa noche todos salimos a buscar a los culpables. Los encontramos y los arrastramos a las calles y les gritamos que se equivocaban y golpeamos sus rostros y arrancamos sus ropas y apaleamos sus cráneos y rompimos sus huesos y vaciamos su sangre… y por un segundo, ya tampoco había miedo.

Así seguimos. Así vivimos. Sin pensar, con un miedo punzante y la esperanza de que nos vuelvan a decir de quién es la culpa para volver a sentirnos seguros y saludables otra vez.

Yo no sabía. No sabía que pensar puede doler tanto…
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