jueves, noviembre 03, 2011

74.

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Era verla y vivirlo todo de nuevo. Siempre queda algo por decirnos, cosas por vivir. Cada reencuentro es una oportunidad de hacer que todo salga bien. Ella es bellísima, brillante, encantadora. Volver a verla es mirar los ojos de la mujer de mi vida.

Sin embargo, siempre nos pasa igual. La pasión se desgasta con cada día de rutina e idiosincrasias. Se vuelve intolerable su risa de costumbre, su actitud pasiva, sus roces fríos.

Es cuando sé que llega el momento: La desactivo, destruyo su cuerpo sintético descargando la terrible frustración de perderla y la tiro como chatarra.

Entonces me toca esperar. Sólo son unos cuantos meses para abrir la cochera y encender otro androide del mismo modelo y comenzar de nuevo. Esperar decir, esta vez, las cosas correctas, de hacerlo todo bien.

Y es que en los meses que no está la extraño tanto.
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73.

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Apenas le llegó el rumor de que los muertos se levantaban de sus tumbas, le faltó tiempo para salir corriendo a buscarlo.

Cuando lo encontró, con ese andar pesado, la mirada vacía, la piel podrida, los brazos levantados, cubrió su boca con el puño para callar un sollozo y se lanzó a abrazarlo.

Al sentir sus dientes carcomidos rasgar su piel, ella sintió que era como volver a casa.
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martes, noviembre 01, 2011

72.

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Me dio vergüenza. Me dio asco. Me dio miedo. Me dio odio.

Llegar a casa y encontrarte a ti mismo sentado en la sala, jugando Xbox, no está padre. Y menos cuando ese tú invasor tiene 8 años.

Me dio vergüenza el cuchitril donde vivo, con las paredes escarapeladas, con una habitación diminuta, una cocina miniatura y una sala de juguete. Pero al móndrigo mocoso ese nido de ratas le parecía un palacio. Paseaba la vista por todos los rincones, con ojos abiertos, emocionado, repitiendo “¿De verdad es mío? ¿De verdad es mío?”. “No, pinche mocoso, es mío y me cuesta un huevo y la mitad del otro cada mes, pero es lo único que puedes pagar”, pensaba.

Me dio asco mi soledad, la falta de otra presencia humana que no fuera por Internet en esa cueva inmunda, mi falta de amistades, mi sobra de petulancia. El chamaco ladraba emocionado “Y es sólo mía. Qué bueno. Así nadie tocará mis cosas”. Y quise gritarle “No, pendejo, nadie tocará tus cosas. No aunque se los pidas. No aunque se los ruegues. No aunque haya noches en que sea lo único que necesitas”.

Me dio miedo ver la emoción que le daban mis 2 únicas posesiones valiosas: Un monitor LCD y una consola de videojuegos. Me asustó tanto ver lo poco que había cambiado, el escaso mundo que le había mostrado a ese niño. Y él reía y se emocionaba como un retrasado: “¿Y ya viste este juego? ¡Es mejor que las maquinitas que tienen en la farmacia de la esquina!”. Como podría decirle “No importa. Nunca tienes tiempo de jugarlo. Y es todo lo que tienes. ¡Todo!”.

Y al final me dio odio. Sí, ese escuincle me dio odio. Un odio ciego a todo lo que era, a todo lo que fui, a todo lo que le fallé y él me falló a mí. Me le fui encima y lo ahorqué. Él me veía asustado, temblando. Tiraba patadas, chillaba. Se hizo pipí encima suyo y encima mío. Apreté tan fuerte que podía sentir los huesos quebrándose.

Y así terminé con aquel que fui. Y así espero haber terminado con lo que soy. ¿Cuándo desapareceré? ¿Faltará mucho?
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71.

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Nunca había podido olvidarla. Ese pelo de brillos dorados, su largo y blanco cuello, los ojos casi amarillos, su figura enfundada en esos vestidos ceñidos al talle y amplios de abajo, los senos de mármol firme apretados y palpitantes en el escote, los falsos modales delicados, su honesta desfachatez; ese ir por el mundo delicada y poderosa.

Pero lo que sin importar el tiempo aparecía sin previo aviso en su mente, en esos lugares ajenos (y es que todos los lugares le eran ajenos), en esos momentos de soledad (todo su tiempo estaba lleno sólo de soledad), era su sonrisa pícara, encendida, brillante y magnífica, con labios más rojos que la suave caperuza que la cubría siempre.

Así cómo no iba a reconocerla entre la multitud. Se veía igual, después de tanto tiempo: El pelo de sintéticos tonos, el cuello lleno de adornos artificiales, los ojos con pupilentes multicolores, su cuerpo casi desnudo y libre, los senos macizos y bamboleantes en la blusita de plástico, sin ninguna modestia fingida, con desfachatez rotunda y esa actitud tan suya de comerse el mundo.

Y su instinto vibró como ya había olvidado que podía hacerlo. Una vez más tuvo un lugar en el universo (como si nunca lo hubiera perdido). De nuevo tenía un motivo (que por tanto tiempo había olvidado). Ahí veía de nuevo esa sonrisa siniestra con los femeninos labios manchados de sangre.

Iniciaba la temporada de caza para el lobo.
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jueves, septiembre 01, 2011

70.

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El día de su boda todos los que la conocían estaban ahí. Podría decir que sus amigos, pero en realidad no tenía ninguno; sólo gente que pasaba por su vida y usaba a su conveniencia en mayor o menor medida. Siempre había sido un parásito social, dispuesta a conseguir lo que quería sin dudas ni contemplaciones. Había pasado de círculo social en círculo social, dando coba a los que podían ayudarla y segregando a los que perdían autoridad, adaptando su juego conforme cambiara la marea. Si hay algo que nadie que tenga un mínimo de poder puede resistir es a un buen adulador, y ella sabía hacerlo perfectamente.

Caminó rumbo al altar sola, viendo a lo largo del pasillo las caras de compañeras de la escuela que sus padres apenan podían pagar, con las que ella se pasaba horas en sus casas de Polanco, Lomas o Naucalpan y, todas, con las que se había pelado por un novio o porque le habían negado prestarle su coche; las sonrisas fingidas de ex-novios, tanto suyos como de las demás asistentes, con los que salía y se acostaba indiscriminadamente según necesitara un departamento para dormir o un aventón a algún evento; las cámaras y tabletas electrónicas de los periodistas de sociales que habían acudido a la boda del joven bio-ingeniero más exitoso que se conocía en el país con una chica bien de toda la vida, aunque todos preferían ignorar que toda esa vida había empezado hace 8 años.

Tomó la mano de su prometido y dio el paso definitivo. Él levantó el velo y se encontró con la sonrisa más grande y sincera que ella había dado nunca. Al fin lo había encontrado: Un hombre joven, guapo, alto, blanco, de ojos claros y con un futuro promisorio. A sus 27 años ya se mencionaba su nombre para llegar a ser director de alguno de los laboratorios más importantes del país o, mejor aún, emigrar al extranjero con sueldo en dólares. Era el mejor día de su vida; todo había salido según lo había planeado.

La boda terminó. La recepción fue un éxito, llena de abrazos y felicitaciones tan huecas como huevos rellenos de serpentina. La pareja se despidió temprano y partieron a su luna de miel. El viaje, la llegada a la bahía de Mazatlán, el abordaje al yate en el que recorrerían el Pacífico, el sexo lento y sin pasión que ya conocían. Todo era perfecto y ella se quedó dormida con la misma sonrisa de horas antes. Él, apenas la supo inconsciente, se preparó; el dolor era mucho pero llevaba ya tanto tiempo sin alimento.

Cerró los ojos y casi al instante las lágrimas se escaparon entre sus párpados fuertemente cerrados. La convulsión en su garganta se hizo intensa, tanto como aquella noche en el laboratorio, mientras estudiaba las muestras genéticas de varios ectoparásitos hematófagos. Las arcadas fueron intensas y temió que despertaran a su flamante esposa, pero ella seguía perdida en sueños de riqueza y fama. En su esófago se formó una masa dura y carnosa que salió despacio por su boca. La masa formó una punta afilada y de ella surgió una lengua viscosa y palpitante. Él se acomodó detrás de ella y apunto la probóscide a la nuca de la mujer. Perforó la piel y comenzó a beber. Su tibia, espesa y deliciosa sangre llenó sus entrañas. Debía reconocer que su instinto no le había fallado; su esposa era exquisita. La mujer apenas se quejó y retorció antes de perderse en el limbo de sus propias ambiciones que terminarían, junto con ella, en el fondo del océano Pacífico.
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jueves, junio 30, 2011

69.

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Paradas a la orilla de la acera parecen luces de navidad, contrastando sus colores radiantes contra el gris escenario. Brilla su piel, su ropa, su actitud seductora y femenina. De noche se apoderan de la zona abandonada de la ciudad. Rincones desiertos, callejones oscuros y edificios vacíos donde no es raro el olor a muerto de muchos días. El lugar donde los hombres del centro vienen a alimentar sus más bajos instintos, a liberar las fantasías que no se atreven a contarse unos a otros. Y ellas los reciben con las calles abiertas, la piel vibrante y el programa para dar placer cargado en sus cerebros de silicio.

- ¿Vamos, papi?- me dice una de ellas, resplandeciente- Son sólo 5 mil varos- sonríe y su rostro brilla como letrero de neón.

Me seduce su energía y acepto. Me toma de la mano y me lleva entre callecitas hasta un baldío, lejos de la avenida donde todas las demás iluminan la penumbra.

- Aquí, papi. ¿Qué quieres, eh? ¿Qué se te antoja?- frota su cuerpo con el mío mientras sus manos buscan mi entrepierna- Ándale, vamos a quitarnos el frío.

La tomo del pelo y la pongo de espaldas. Levanto su diminuta falda de plástico y saco mi miembro del pantalón.

- ¿Te gusta así, eh? Toscote- se retuerce un poco, pero sigue con una luminosa sonrisa- Con cuidado… con cuidado…

Siento su calor, siento ese temblor que necesito, siento la energía que recorre su cuerpo. Empujo para entrar en su ano.

- Te dije con cuidado… ¿Qué… qué…? >>TSK<< ¡Oye! Déjame… deja… >>TSK<< 010001011 ¿Qué…? >>TSKRAK<< 110000101100000000000

Conecto. Mi miembro se expande y sus filamentos se clavan en la falsa carne interior buscando enlazarse. Del glande surge el cable que se enchufa con la conexión vertebral y absorbo su energía. Tiembla con violencia al principio, pero se va quedando callada, quieta, inmóvil. Sin vida.

La dejo ahí, tirada, con la ropa desgarrada, los ojos y la boca abierta. La piel está apagada, su luz ya está conmigo. Nadie se dará cuenta por mucho tiempo; sus padrotes les borran la memoria cada mañana y les vuelven a cargar las subrutinas necesarias para hacer su trabajo al llegar la noche. Si una se pierde, siempre pueden armar otra o robarla, para sacarla a la calle a iluminar la oscura soledad de todos esos hombres que pagan unos cuantos pesos por algo de calor o un cuerpo dispuesto a satisfacer sus apetitos más perversos.

¿Y quién dice que un androide no puede estar hambriento también?
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miércoles, junio 29, 2011

68.

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Lo conoció en una fiesta. Él se le acercó y le comenzó a hacer plática. Sin darse cuenta, en poco tiempo, ya le había dicho su nombre, su edad (la de a de veras), su cel, quién la había invitado a la fiesta y a quienes no soportaba ver de los presentes y tanto se entretenía en criticar.

Él hacía una pequeña pregunta y ella le respondía cinco de un golpe. Se sentía intrigada por ese extraño y la confianza que le daba. Ella comenzó a tocarle el brazo, a pegarse a él, a hablarle cerca esperando que la besara. Él sólo le dijo “¿Vamos a un hotel a seguir platicando?”. Ella se sonrojó como nunca y sonreía como si su cara se fuera a partir a la mitad. Aceptó.

En el cuarto, en la cama, ella se desnudó completamente. Le contó de aquel beso furtivo que le había robado a su mejor amiga en la primaria. Le habló del abuelo con olor a ciruelas, vainilla y orines que le contaba de hadas naciendo en las orquídeas. Le contó del dulce calor de su madre cuando le abrazaba.

La encontraron al día siguiente cuando fueron a reclamar la habitación. Estaba ida, dispersa, sin capacidad alguna para enfocarse en una idea. No recordaba su nombre, su edad, su procedencia. Apenas sabía español. Del hombre que entró con ella al motel nunca se supo nada más.

Por eso te pido que te cuides. Que nunca hables con extraños ni les cuentes nada. No sabes lo que quieren de ti ni lo que pueden hacerte. Si de verdad te gusta un chico, asegúrate de que cuando hables no deje de verte las tetas y sólo quiera cogerte.
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martes, junio 28, 2011

67.

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Cuando la afilada hoja metálica cruzaba su cuello, el Conde sólo pudo pensar lo adecuado que era morir así: Hacía tiempo que ya había perdido la cabeza por esa mujer y el dulce sabor de su sangre.
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lunes, junio 27, 2011

66.

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Sintió el miembro inflamarse y palpitar entre sus labios. Los estertores de la eyaculación llenaron el lugar. Con un espasmo el semen inundó su boca y llegó a su garganta. Lo devoró con avidez y siguió succionando sin soltar el pene. Temblores, gemidos, más esperma, sangre, mucha sangre. La uretra se dilató y un cuerpo se retorció con dolorosa sorpresa.

Por el minúsculo conducto se precipitaron los tubos seminales, la vejiga, los testículos, apéndice, colon, intestinos. El hombre de pie se revolvía intensamente al expulsar todas las entrañas por su falo. Lo último en salir fue el corazón, provocando una convulsión violenta.

Una vez terminado y separar su boca de aquel destrozado pene que se colaba por un agujero, se incorporó, se limpió el bigote con la manga de la camisa, se acomodó la corbata y salió del cubículo de aquel sucio baño. En el retrete de al lado dejaba un cuerpo hueco, una hipoteca sin pagar y una viuda con tres hijos que nunca sabrían qué le pasó a su padre.
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sábado, junio 25, 2011

65.

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Era una casa preciosa, ¿sabe usted? El orgullo de la colonia. Y además era viejísima; dicen que desde la época colonial o antes o yo qué sé. Pero la verdad era que parecía nueva: Siempre como recién pintada, pulcra, brillante. Era como si todo el día le diera el sol directo, desde todas partes. ¡Preciosa! No había otra igual en toda la zona. Incluso, me atrevo a decir que en toda la ciudad.

No, no conocimos bien a los que vivían dentro. Eran muy reservados, ¿sabe usted? Nunca salían, compraban todo por teléfono, no asistían a las juntas de vecinos…. Fíjese, ahora que lo menciona creo que nunca vi salir a ninguno de ellos, pero todos sabíamos que era una familia grande. Debía serlo. Ellos han sido los dueños de la casa desde siempre.

¿Qué pasó? No, no lo sé bien, la verdad. Fue algo… paulatino, ¿sabe usted? Un día ya no se veía tan brillante ni tan linda como antes. Fue extraño, porque… bueno, yo vivo al lado y tengo una pequeña hortaliza. Siempre le daba el sol directo, pero ese día la casa grande le proyectó una sombra toda la mañana a mi cocina. Nunca lo había notado. Ni siquiera había yo pensado que, por donde está ubicado mi edificio, la luz no debería entrar a mi cocina. Y ese fue el primer día en que vimos la residencia … no tan bonita.

Después fue el olor. Un olor a añejo, a rancio. Y venía de ese lugar, ¿sabe usted? Y cada día se veía más arruinado, más sucio, más triste. Y ahora ya no había sombras sólo en mi cocina, sino en toda mi casa. Sé que suena loco, créame, pero todos los vecinos lo vimos; cada día había más sombras alrededor de esa construcción, cada día se veía más vieja… y cada día el olor era más insoportable.

Y así pasó. Hasta quedar eso que usted ve ahora. Una ruina, es lo que es. Y esa peste… esa maldita peste a podrido que no se va. Ya llamamos a los bomberos, a la policía, a la delegación y nadie puede entrar en ese maldito lugar. ¿Y lo ve? Ya no lo toca el sol. Está todo oscuro, apagado… lleno de sombras que se escurren a todos lados.

¿La familia? No sé. Qué más me da. Imaginamos que se largaron los muy cu… los muy cochinos, usted disculpe. No, no los vimos salir nunca, pero eso es lo que imaginamos. ¿Quién podría vivir ahí? Yo creo que ese cuchitril se cae cualquier día para hundirse en la oscuridad, ¿sabe usted?
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jueves, junio 23, 2011

64.

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- … y a la más chiquita le puse Penumbra- dijo el niño con brillante orgullo.

Su madre no sonrió. Ya estaba harta de que se la pasara recogiendo cada una de esas perdidas y abandonadas sombras callejeras que encontraba, y las llevara a casa como sus mascotas. La que tenía que recoger los trozos de negrura, los restos de oscuridad, las motas de tinieblas que dejaban por todos lados era ella. Además… quién sabe qué tipo de bichos meterían a su hogar.
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63.

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Reporte del Paciente XXXXX:

El paciente llegó a consulta presentando un fuerte caso de ansiedad. Era un hombre que acababa de cumplir los 40 años, robusto, moreno y de estatura media. Tras darle un sedante, el paciente declaró que llevaba varios días sin reconocer a la persona que veía cada mañana en el espejo y ése era el motivo de su estado. Deberá anotarse que no se le tomó muy en serio al principio, pero aun así se le canalizó a psiquiatría para evaluación. El paciente desapareció.

Unas semanas después regresó con un ataque de pánico. Se creyó que esta vez sí se le podría encausar a un tratamiento mental, pero al calmarse un poco nos mostró lo más extraño que se ha visto: Además de perjurar que seguía sin reconocer a la persona en el espejo, el paciente se alteró al notar algo en su cabeza y creer que estaba sangrando, pero al acercarse a examinarlo se percató de la ausencia de masa… de existencia, digamos. El paciente estaba sudando sombras.

En varias áreas cutáneas se presentaba el mismo fenómeno; manchas que surgían de los poros sin ningún tipo de consistencia ni volumen ni componentes químicos. Simplemente eran zonas donde la luz… vamos, donde la luz no se reflejaba. El paciente estaba excretando sombras. Se le tuvo bajo observación durante algunas horas, pero las sudoraciones pararon y la piel regresó a su apariencia normal. Al proponerle al paciente un tratamiento psiquiátrico se negó y decidió marcharse.

Una vez más pasaron varias semanas para que el paciente regresara. Cuando lo hizo, una vez más alterado pero muy controlable, fue porque las sudoraciones ya no desaparecían. Según reportó, la segregación de sombras siguió dándose pero, hasta un par de días antes, siempre desaparecían. Ya no era el caso. Había enormes manchas de penumbra en todo su cuerpo. Fue hospitalizado.

Sus familiares trataron de auxiliarlo y se acomodaron en el hospital. Por nuestra parte, hicimos todos los estudios y análisis que se nos ocurriera sin obtener ningún resultado adverso… excepto por una particularidad: Al realizarle al paciente cualquier tipo de tomografía, resonancia o radiografía, las partes cubiertas por las sombras… simplemente no aparecían. Sin embargo las funciones del paciente seguían normales así que asumimos que todos sus órganos seguirían funcionando con normalidad.

Pasó el tiempo y la transpiración de opacidad se mantenía constante y las áreas oscuras en el cuerpo del paciente se extendían. Al mismo tiempo su ánimo decrecía y se perdía en sus propias ideas. No pasó mucho antes de que su familia lo dejara solo, argumentando que ya no era el hombre que conocieron. El paciente quedó totalmente a cargo del hospital.

Cuando toda su epidermis estuvo totalmente cubierta por esta condición, el hombre se había perdido en si mismo. Casi no lo notamos, por lo paulatino del evento, pero el paciente había dejado de comer y de defecar. Ya no hablaba, no se movía… sólo respiraba. La importancia del caso ya había llegado a todos lados y grupos de investigadores de todo el mundo buscaban alguna respuesta. Ya era imposible hacerle cualquier tipo de examen físico pues su piel de sombra- y la llamo así, pues es la mejor manera de describirla; una piel de sombra- era muy frágil y en los escaneos y pruebas no intrusivas sólo salía una mancha negra. Sabíamos que seguía vivo por su aliento. Hasta que también éste se perdió.

Ignoramos qué fue lo que pasó; no podemos asegurar el tipo de enfermedad que haya sufrido, qué la causo y menos si es contagiosa o no. Para cuando el paciente falleció y creímos poder- al fin- encontrar una respuesta, al realizarle la autopsia encontramos un cuerpo hueco. Un cascarón de hombre envuelto en una fina y delicada piel de sombra.
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martes, junio 21, 2011

62.

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Siempre lo admiró. Era todo lo que él quería ser, poseía todo lo que él quería tener, dominaba todo lo que él quería saber. Desde el momento en que lo conoció quiso conocer cada detalle de él y entender cómo había llegado hasta ese punto.

Lo seguía, lo buscaba, le robaba pequeñas cosas para analizarlas. Sorpresivamente aparecía dónde él iba a estar y no lo perdía de vista.

Poco a poco, meticulosamente, aprendía su forma de caminar, su entonación al hablar, sus gesticulaciones y manías.

Consiguió su dirección y lo observaba de cerca. Lo seguía en sus compras, en sus salidas, en su intimidad. A veces hacía pequeñas pruebas y se paraba junto a él, imitando a la perfección cada pequeño detalle de lo que hacía, hasta que podía reproducirlo casi simultáneamente.

Después vino su voz, sus ideas. Podía tener conversaciones completas repitiendo frases que no le pertenecían, con conocimientos de los que carecía. Se fue convirtiendo en él… pero no era suficiente.

Una noche entró a su casa y se quedó ahí, escondido, perdido en la oscuridad. Fueron días de ver su espacio, de investigarlo, de monitorear sus movimientos en su hábitat.

Hasta que un día sucedió sin saber muy bien cómo. En cada habitación y en cada salida iba con él sin ser notado. Cada movimiento, cada gesto que él hacía lo duplicaba al mismo tiempo, en absoluta sincronía. Era su sombra y no se despegó de él jamás.

Y cuando en la soledad él apagaba la luz, su sombra se expandía y lo cubría con la esperanza de tomar su lugar. Pero aún con esa cercanía, nunca podría saber qué había en su cabeza.
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lunes, junio 20, 2011

61.

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Hace años se había dado cuenta, pero prefirió ignorarlo. Olvidarlo. Pretender que era una ilusión. No quería renunciar a eso que le hacía mejor que todos los demás.

Siempre disfrutó su sombra. Era amplia, oscurísima, importante. Era tan discordante con su cuerpo pequeño y delgado que creaba la impresión de ser un sujeto más grande. Lo había notado en su adolescencia, ligeramente, pero poco a poco fue volviéndose muy obvio. Todos lo percibían, aunque no de forma consciente, reconociendo en ese hombrecito un algo invisible que lo hacía notable. Aprendió a aprovecharlo y conseguir sus objetivos, sin importar sobre quien pasara.

Sin embargo él sabía bien qué le daba esa presencia. Se había percatado claramente una tarde en la universidad: Había una chica que nadie creía se fijara en él y se dio a la tarea de seducirla. La joven lo toleró al principio pero, poco a poco, comenzó a demostrar interés en ese condiscípulo tan particular. Él supo que tenía su oportunidad y cuando, con una sonrisa autosuficiente, volteó hacia abajo, lo vio. No entendió cómo pero sabía que su robusta sombra se comía poco a poco a la delgada, tímida, deslavada sombra femenina. Esa noche se acostó con ella y nunca le volvió a hablar.

Muchas veces en un encuentro, en una junta, en una cena de negocios, se sorprendía a si mismo mirando al piso, a las paredes sintiendo la misma sensación. Su sombra devoraba a las demás con gula, con avidez, con sadismo insólito dejando manchas grises y frágiles sobre las superficies que se veían empequeñecidas en comparación con la suya.

Por muchos años saboreó los beneficios de dejar que su sombra voraz hiciera lo que quisiera. Pero ya no.

Encerrado en ese cuarto que alguna vez fue suyo, en esa casa que al comprarla le pareciese tan grande, se arrepentía de su insensatez. Su sombra siguió creciendo y no se detuvo nunca. No podía estar en ningún lugar por mucho tiempo, pues todos se iban al no caber con él. La negrura se extendió y se extendió hasta rodearlo todo, cubrir su hogar y no permitirle moverse de un pequeño rincón a la vez.

Pero más allá de la oscuridad profunda en que vivía, de la soledad y el silencio, lo que lo mataba un poco más todos los días, era pensar en lo que pasaría cuando su sombra tuviera hambre otra vez y sólo pudiera tocarlo a él.
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viernes, enero 07, 2011

60

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Lo primero fue mi brazo izquierdo. En realidad no lo usaba mucho, así que no sentí mucho su pérdida y el dinero cayó bien. Después fue mi pelo, mis glúteos y las pantorrillas. Me costaba caminar un poco, pero era necesario. Siempre era necesario. Con algo se tenía que comer, pagar la renta, los gastos, las salidas, los regalos.

Después di un paso adelante. Los músculos y miembros no eran tan bien pagados como las entrañas. No quería hacerlo; eran mis tripas. Pero ella insistió que era necesario, que todos teníamos que hacer sacrificios, así que me decidí. Empecé por el bazo, después fue el apéndice y un riñón. Iba dejando partes de mí a cambio de una cena, un viaje o la reparación del auto.

Siempre había algo, se quería algo. Me fui abandonando por episodios, sin extrañarme hasta que me eché de menos. Llegué a verme con el ojo que me quedaba y me di cuenta que ya no tenía mucho más que dar; miembros, vísceras, recuerdos, todo tenía un precio. Trozo a trozo me quedé vació, desnudo, incompleto hasta que sólo me quedó la voz.

¿Hay quien me la compre? Es una buena voz. Ya no tan segura ni potente, pero es una voz honesta. ¿Queda alguien que se interese? La vendo barata…
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