miércoles, febrero 26, 2014

94.

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Se detuvo un momento a la entrada del café. Estaba nervioso. Arturo echó un vistazo al interior del local y encontró un lugar que le gustaba. Tenía que hablar con Nadia. De pronto, pudo sentir las manos de ella sujetarse de su brazo antes de entrar. Él bajó la mirada, sonrió y se dirigió a la mesa elegida.

Arturo pidió un frapuccino. Él sabía que a Nadia le gustaban los frapuccinos de ese lugar. Tomó su celular y se conectó a la red del local. Ella seguía la discusión justo donde se habían quedado.

Nadia: ¿Y qué vamos a hacer?

Arturo: No sé. Lo he pensado mucho… no lo sé…

Nadia tardó en responder. Él recibió la bebida y le dio un trago. Ella tenía razón; era muy rica. De pronto la respuesta; dura, implacable.

Nadia: No podemos seguir así.

Arturo: ¿Por qué no?

Nadia: Porque… porque no. Porque ya no se siente bien. Porque ya no es lo mismo. Porque no quiero lastimarte.

Arturo: Porque está él.

No había respuesta. Arturo lo sabía. Las cosas estaban bien entre ellos y entonces él. Su tutor de matemáticas, su compañero de escuela, su divertido amigo.

Nadia: Ya te dije que no es eso.

Arturo: Y ya te dije que no me mientas.

De nuevo una pausa. Un reposo para pensar el pretexto adecuado, la evasiva perfecta y echarle la culpa a todo lo demás.

Nadia: No estamos juntos. Y ya no puedo con esto…

Arturo: ¿Y por qué no pensaste en eso antes? ¿Y yo? ¿Lo que quiero no cuenta?

Nadia: ¿Y qué quieres tú?

Arturo: Que no te vayas…

Nadia: ¿Incluso si ya no quiero quedarme?

Ahora fue él quien no respondió de inmediato. ¿Qué puedes decir a eso? ¿Cómo le puedes pedir que se quede? ¿En qué ayudaría? No es como que se pudiera hacer mucho para cambiar las cosas.

Arturo: Está bien. Tienes razón… ¿Y entonces? ¿Ahora qué?

Nadia: Ahora… nada… podemos seguir siendo amigos. Si tú quieres.

Arturo: Sí, claro. Ya sabes dónde encontrarme.

Nadia: Bueno. Ya me voy. Platicamos otro día.

Arturo: Ok. Que te vaya bien.

Nadia: Adiós, Arturo.

Y así terminó. El tiempo justo para terminarse el frapuccino. Arturo pidió la cuenta y esperó viendo la pantalla de su celular. ¿Qué esperaba? ¿Que se volviera a conectar y le dijera que no, que estaba bromeando, que no había sido un adiós? ¿Que lo había pensado mejor y se había equivocado? ¿Que no podía vivir sin él? Pero seguía esperando. Sabía que eran los primeros minutos de muchos días, semanas, meses de esperar, de imaginar cómo regresaría a pedirle perdón, de soñar con que todo se arreglaría, con la posibilidad de viajar hasta el otro lado de la República para verla por primera vez y que se arrepintiera, le regalara un primer beso y le dijera que lo amaba igual que hace 2 semanas cuando se conocieron por Facebook.

Pagó, apagó el celular y se dirigió a la salida sin compañía, igual que 20 minutos antes, pero ya sin poder imaginar sus manos, sus pasos, su sonrisa que había visto en tantas fotos. Arturo salió del local un poco más solo de lo que había entrado.
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