viernes, marzo 26, 2010

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Las monjas parecen serias, absortas, enojadas. Lo que nadie sabe, es que debajo de sus faldas, como parte casi de su atuendo, se esconden una docena de diablillos que arañan sus pantorrillas, golpean sus muslos, muerden sus nalgas, jalan sus vellos púbicos, pellizcan sus vaginas.

Debajo de cada hábito, todas las monjas llevan su penitencia y su placer.
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jueves, marzo 25, 2010

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En el sótano del convento, encerrada en una vieja y húmeda mazmorra que sus hermanas usaron para penitencias en otros tiempos, vive ella: “La monja milagrosa”.

Durante un par de años, su orden disfrutó de la atención de todo el mundo, de los favores papales y de fuertes donativos otorgados por gente de diversos estratos y calañas. Todo gracias a ella. Porque la monja milagrosa hablaba con dios. Vivía con dios. Hacía la obra de dios. Y él, en reciprocidad, le permitía efectuar alguna cura divina, reproducir alimentos o realizar variados efectos de pirotecnia. Ella había sido la hija favorita de su iglesia y esas bondades se extendían a su orden, otrora empobrecida y relegada.

Pero ya no más. Ahora está en ese frío e incómodo calabozo, con poca luz, escasa comida y agua sucia para calmar su sed. Sus hermanas le tienen envidia y rencor por los dones que posee y la forma tan estúpida en que las volvió a hundir en la miseria y el olvido.

Y es que un día, durante una entrevista televisiva en que los conductores enaltecían sus obras, a la monja milagrosa le dio por querer contarles- ¡y enseñarles¡- de las marcas en su cuerpo, de las cicatrices frescas y las tatuadas con sangre y tiempo, de las laceraciones vaginales y el desgarre rectal, de las lágrimas y las torturas. Sollozaba su tragedia y hablaba de la violencia intrafamiliar a la que era sujeta todos los días por su esposo, que no sabía ejercer sus derechos maritales si no era con dolor. La televisora jamás transmitió la entrevista por presión del vaticano (y quién querría saber las desgracias de una monja, en realidad) y a ella la encerraron y esperaron que el tiempo borrara su existencia de la memoria de la grey.

Y ahí ha estado desde entonces; encerrada, hambrienta, sedienta. Pero nunca sola. Porque lo único que lamenta todos los días, es que la iglesia no permita los divorcios.
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martes, marzo 23, 2010

53

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Estaba oscuro y hacía frío. Siempre estaba oscuro y hacía frío, sin importar la fecha o la hora, en ese lugar infernal. De la penumbra salían gemidos escalofriantes y el ambiente apestaba a enfermedad y letrina. Los que estaban encerrados dentro, con los ojos acostumbrados a la ausencia de luz, hubieran preferido la ceguera absoluta a ver sus rostros demacrados, patéticos, dolorosos, que lloraban entre las sombras. Todos estaban muriendo y rogaban no esperar demasiado.

“El dolor purifica las almas”, escuchaban una y otra vez decir a sus torturadores, hasta que la muerte o la locura llegaban por ellos.

De vez en cuando aparecían, con sus atuendos negros, a revisar las camas y hablar con ellos. Jugaban con sus mentes, alimentaban la esperanza de ir a un lugar mejor, mientras el suplicio los consumía y ya no entendían lenguaje alguno.

No pasaba mucho tiempo para que una de esas pobres criaturas dejara de sollozar y retorcerse. Entonces arribaba el demonio. Porque debía ser un demonio para sonreír siempre con esa tranquilidad en medio de la miseria y el martirio: se acercaba al lecho del difunto, lo tocaba y analizaba hasta quedar satisfecha de su obra, de no haber dejado un rastro de humanidad en el bulto de hueso y piel que quedaba detrás. Sonreía, se persignaba y decía “ya está con nuestro Señor”.

De inmediato, entraban otros dos diablos con los mismos ropajes negriblancos a llevarse el cuerpo. Salían, y con ellos la hermana Teresa con la misma sonrisa de satisfacción, dejando tras de ella a enfermos y desahuciados, pudriéndose en el infierno.
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