jueves, marzo 25, 2010

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En el sótano del convento, encerrada en una vieja y húmeda mazmorra que sus hermanas usaron para penitencias en otros tiempos, vive ella: “La monja milagrosa”.

Durante un par de años, su orden disfrutó de la atención de todo el mundo, de los favores papales y de fuertes donativos otorgados por gente de diversos estratos y calañas. Todo gracias a ella. Porque la monja milagrosa hablaba con dios. Vivía con dios. Hacía la obra de dios. Y él, en reciprocidad, le permitía efectuar alguna cura divina, reproducir alimentos o realizar variados efectos de pirotecnia. Ella había sido la hija favorita de su iglesia y esas bondades se extendían a su orden, otrora empobrecida y relegada.

Pero ya no más. Ahora está en ese frío e incómodo calabozo, con poca luz, escasa comida y agua sucia para calmar su sed. Sus hermanas le tienen envidia y rencor por los dones que posee y la forma tan estúpida en que las volvió a hundir en la miseria y el olvido.

Y es que un día, durante una entrevista televisiva en que los conductores enaltecían sus obras, a la monja milagrosa le dio por querer contarles- ¡y enseñarles¡- de las marcas en su cuerpo, de las cicatrices frescas y las tatuadas con sangre y tiempo, de las laceraciones vaginales y el desgarre rectal, de las lágrimas y las torturas. Sollozaba su tragedia y hablaba de la violencia intrafamiliar a la que era sujeta todos los días por su esposo, que no sabía ejercer sus derechos maritales si no era con dolor. La televisora jamás transmitió la entrevista por presión del vaticano (y quién querría saber las desgracias de una monja, en realidad) y a ella la encerraron y esperaron que el tiempo borrara su existencia de la memoria de la grey.

Y ahí ha estado desde entonces; encerrada, hambrienta, sedienta. Pero nunca sola. Porque lo único que lamenta todos los días, es que la iglesia no permita los divorcios.
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1 comentario:

Maya dijo...

Me encanta la idea del triste y solitario matrimonio divino, creo que es lo mejor de este ejercicio temático que has ido desarrollando. Y el cuentito, en si, me gusta mucho, mucho...