martes, marzo 23, 2010

53

.

Estaba oscuro y hacía frío. Siempre estaba oscuro y hacía frío, sin importar la fecha o la hora, en ese lugar infernal. De la penumbra salían gemidos escalofriantes y el ambiente apestaba a enfermedad y letrina. Los que estaban encerrados dentro, con los ojos acostumbrados a la ausencia de luz, hubieran preferido la ceguera absoluta a ver sus rostros demacrados, patéticos, dolorosos, que lloraban entre las sombras. Todos estaban muriendo y rogaban no esperar demasiado.

“El dolor purifica las almas”, escuchaban una y otra vez decir a sus torturadores, hasta que la muerte o la locura llegaban por ellos.

De vez en cuando aparecían, con sus atuendos negros, a revisar las camas y hablar con ellos. Jugaban con sus mentes, alimentaban la esperanza de ir a un lugar mejor, mientras el suplicio los consumía y ya no entendían lenguaje alguno.

No pasaba mucho tiempo para que una de esas pobres criaturas dejara de sollozar y retorcerse. Entonces arribaba el demonio. Porque debía ser un demonio para sonreír siempre con esa tranquilidad en medio de la miseria y el martirio: se acercaba al lecho del difunto, lo tocaba y analizaba hasta quedar satisfecha de su obra, de no haber dejado un rastro de humanidad en el bulto de hueso y piel que quedaba detrás. Sonreía, se persignaba y decía “ya está con nuestro Señor”.

De inmediato, entraban otros dos diablos con los mismos ropajes negriblancos a llevarse el cuerpo. Salían, y con ellos la hermana Teresa con la misma sonrisa de satisfacción, dejando tras de ella a enfermos y desahuciados, pudriéndose en el infierno.
.

2 comentarios:

Luigi Filiberto dijo...

eSTÁ BIEN. eSTYÁ MUY BIEN.

Maya dijo...

Me gusta que juegues con mi mente, me encantan los pasillos en penumbra que me muestras, los olores fétidos y los gemidos que dan la bienvenida. ¡Qué bueno que has regresado, mi vida! Muy buen cuentito. ¡Te amo!