martes, febrero 23, 2010

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Afuera de la capilla había sólo penumbras y el interior estaba iluminado con algunas veladoras. En el Cristo, bajo el que Natalia rezaba, se acentuaba el sufrimiento en sus facciones por los reflejos ambarinos de las llamas. Ella, vestida de hábito, hincada frente al altar y con las manos cruzadas frente a su rostro imploraba al crucifijo por una señal.

Llevaba cinco años en el monasterio sirviendo a su mejor entender los designios de dios. Trataba de ser dócil y feliz, pero el tiempo había plantado en ella una semilla de duda; la vida secular que hacía tanto dejó atrás volvía a tentarla con fuerza. Esa semilla había encontrado terreno fértil en los años de árida devoción, de vocación débil y escasa pasión. La madre superiora le informó que había llegado el tiempo de hacer su profesión perpetua. Debía estar extasiada, pletórica, llena de luz… pero no era así. Y esa noche llena de confusión, fue a la capilla a pedir una señal divina que le indicara el camino.

En el silencio de la noche, Natalia se sobresaltó al sentir una mano fuerte en su hombro. Un hombre la veía con gesto tierno. Ella trató de levantarse, pero él la detuvo y se hincó a su lado. Sus rasgos denotaban un dolor profundo, acentuados por los brillos de las velas. El corazón de Natalia palpitó más rápido que nunca antes. Él colocó una mano marcada en su mejilla. Ella lo besó y se dejó llevar. Se quitó el hábito con torpe prisa y se acostaron en el piso. Esos labios resecos recorrieron su anatomía, erizando su piel, mientras ella acariciaba cicatrices en el delgado cuerpo masculino. Cedió su voluntad a un deseo fulminante y por primera vez en su existencia sintió la pasión entrar en ella.

Entonces Natalia supo lo que tenía que hacer. Su ruego fue escuchado. Se prepararía para la ceremonia y juraría ante dios dedicar su vida a Cristo. “Para él mi corazón, mi todo, mi siempre…” pensó con convicción delirante, mordiendo su mano para no gritar un orgasmo repentino, mientras aquella cruz, ahora vacía, colgaba sobre los dos seres desnudos que se retorcían en el piso de la capilla, rozando el cielo.
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1 comentario:

Maya dijo...

Me encanta. Tiene fuerza, es brutal, tiene ese toque perverso que hace revolverse "algo" en las entrañas, como mirar a escondidas algo que no deberíamos ver. Me encanta.