jueves, junio 30, 2011

69.

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Paradas a la orilla de la acera parecen luces de navidad, contrastando sus colores radiantes contra el gris escenario. Brilla su piel, su ropa, su actitud seductora y femenina. De noche se apoderan de la zona abandonada de la ciudad. Rincones desiertos, callejones oscuros y edificios vacíos donde no es raro el olor a muerto de muchos días. El lugar donde los hombres del centro vienen a alimentar sus más bajos instintos, a liberar las fantasías que no se atreven a contarse unos a otros. Y ellas los reciben con las calles abiertas, la piel vibrante y el programa para dar placer cargado en sus cerebros de silicio.

- ¿Vamos, papi?- me dice una de ellas, resplandeciente- Son sólo 5 mil varos- sonríe y su rostro brilla como letrero de neón.

Me seduce su energía y acepto. Me toma de la mano y me lleva entre callecitas hasta un baldío, lejos de la avenida donde todas las demás iluminan la penumbra.

- Aquí, papi. ¿Qué quieres, eh? ¿Qué se te antoja?- frota su cuerpo con el mío mientras sus manos buscan mi entrepierna- Ándale, vamos a quitarnos el frío.

La tomo del pelo y la pongo de espaldas. Levanto su diminuta falda de plástico y saco mi miembro del pantalón.

- ¿Te gusta así, eh? Toscote- se retuerce un poco, pero sigue con una luminosa sonrisa- Con cuidado… con cuidado…

Siento su calor, siento ese temblor que necesito, siento la energía que recorre su cuerpo. Empujo para entrar en su ano.

- Te dije con cuidado… ¿Qué… qué…? >>TSK<< ¡Oye! Déjame… deja… >>TSK<< 010001011 ¿Qué…? >>TSKRAK<< 110000101100000000000

Conecto. Mi miembro se expande y sus filamentos se clavan en la falsa carne interior buscando enlazarse. Del glande surge el cable que se enchufa con la conexión vertebral y absorbo su energía. Tiembla con violencia al principio, pero se va quedando callada, quieta, inmóvil. Sin vida.

La dejo ahí, tirada, con la ropa desgarrada, los ojos y la boca abierta. La piel está apagada, su luz ya está conmigo. Nadie se dará cuenta por mucho tiempo; sus padrotes les borran la memoria cada mañana y les vuelven a cargar las subrutinas necesarias para hacer su trabajo al llegar la noche. Si una se pierde, siempre pueden armar otra o robarla, para sacarla a la calle a iluminar la oscura soledad de todos esos hombres que pagan unos cuantos pesos por algo de calor o un cuerpo dispuesto a satisfacer sus apetitos más perversos.

¿Y quién dice que un androide no puede estar hambriento también?
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