.
Desde que entró a la escuela Manolito había cambiado mucho. Parecía taciturno, triste, preocupado. Se había hecho de manías raras; iba al baño dejando la puerta entreabierta sin prender la luz, entraba a su recámara corriendo, tapándose enseguida hasta la cabeza con las cobijas y ocasionalmente se encerraba en su armario por horas. Lo más extraño y violento pasaba cada mañana cuando su mamá lo ponía frente a la luna del tocador para arreglarlo. Gritos, pataleos y jalones sin dejarse peinar. Era tanta su desesperación que la señora optaba por irlo acicalando en el camino. No entendían qué le pasaba, pero la familia comenzó a asustarse por el pequeño.
Lo que nadie más que Manolito sabía, era que siempre que se veía en un espejo algo espeluznante le devolvía la mirada: Un vez era un señor mayor, de barba cerrada y con lentes, que cargaba pesados y variados libros. En otra, había un sujeto lampiño y pulcro, con traje y corbata, con un grueso fajo de billetes en una mano. Incluso una mañana era un hombre con peluca, un vestido estrafalario y la cara pintada. Siempre era una faz distinta. Y siempre sabía que todas esas caras eran él. Manolito, viéndose a si mismo a través del tiempo.
Lo aterrador- más que la oscuridad, que las criaturas debajo de su cama, que el monstruo de su clóset- eran esas miradas que su reflejo le devolvía todos los días y que le decían que, no importaba qué camino tomara, nunca volvería a ser del todo feliz.
.
-
1 comentario:
No, no encuentro a Manolito. No puedo verlo, en tus espejos no lo reflejo. No se quién es, no se de dónde viene, No puedo imaginar su helado favorito o de que color son sus calcetines. Pero la idea de los espejos... ¡Los espejos! son temibles. Son terribles. Y veo mi propia imágen reflejada en ellos, y me llena de ansiedad, de pavor. Esta noche, por lo menos esta, dormiré con los espejos tapados. No se sabe que reflejo devolverá.
Publicar un comentario