martes, febrero 16, 2010

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Alguien le había dicho que la mejor manera de combatir sus miedos era rodeándose de ellos, enfrentarlos hasta hacerlos parte de uno mismo. Harta como estaba, tomó el consejo a pecho y llenó su cuarto de esos bichos varios que le erizaban la piel.

Junto a su cama había una jaula con varias ratas que pasaban la noche chasqueando y royendo. Del otro lado, otra celda guardaba un sapo grande y viscoso que croaba a la oscuridad. En otro punto de su habitación, una serpiente descansaba y siseaba en el tedio entre comidas. Arriba de su cama, colgando de un fuerte hilo, una caja transparente contenía una tarántula que se pegaba a todas las superficies de plástico translúcido buscando una forma de salir. Esas creaturas eran lo que primero que veía al despertar y lo último al acostarse.

Ya no les tenía miedo ni le impactaban. Ahora eran otras las razones por las que no podía dormir al apagar la luz. Llevaba días ya sin poder descansar tranquila. Desde que, entre la bruma del sueño, un ejército de perros y gatos la cercaron y persiguieron, reclamándole el no quererlos como mascotas.
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1 comentario:

Karla dijo...

Hace bien en no querer gatos: son retragones, recaros y recanijos.