viernes, febrero 05, 2010

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Era un adolescente cuando sus sueños se le escaparon. No podía precisar cómo lo sabía con tanta certeza, pero así era; ya no estaban con él. A veces los percibía, corriendo o escondiéndose y comenzaba una desesperada búsqueda por encontrarlos en toda la casa. Movía muebles, revolvía papeles, rompía adornos. La presión de su familia lo obligó a ser más discreto, pero aún así, en ocasiones, se permitía tratar de atajar sus sueños cuando los presentía rondar.

En su juventud, creyendo domesticado ese impulso, en más de una oportunidad se sorprendía al salir corriendo ante la fugaz visión de sus sueños perdidos, dejando atrás citas, trabajo o divertimentos. No pasaba mucho para que recuperara la cordura, pero estos arranques le trajeron un sin fin de problemas y unas ansias que cada vez le costaba más someter.

Conforme avanzaba en su madurez, esa falta le hacía más inquieto e infeliz. Cada vez se le aparecían más y más; al cruzar una calle, dentro del baño o cuando hacía el amor. Los efímeros avistamientos le arrancaban de toda concentración y tenía que buscar y buscar y buscar esos fugitivos sueños que tanta turbación le causaban. Poco a poco dejó atrás trabajo, sexo, gente, casa, higiene para dedicarse a corretear quimeras que ya ni siquiera estaba seguro fueran las suyas.

Con el tiempo era un loco más en las desquiciadas arterias de la urbe. Vivía en la calle, donde nada le detenía si a media noche o al amanecer distinguía a sus escurridizas presas. Comía lo que encontraba, lo que le daban y se cobijaba de mantas y papeles que iba recolectando en su cacería.

En una de las recientes noches de frío intenso, el hombre, ya sin fuerzas para seguir acechando sus inasequibles trofeos, se dejó caer, esperando. Poco a poco, a su alrededor, se fueron congregando todos esos sueños que había visto; sueños perdidos, abandonados, huérfanos. Los sueños de nadie que vagaban por la ciudad sin rumbo hasta que le encontraron a él que les dio un sentido de nuevo.

En silencio, todos los sueños le abrazaron fuertemente y murieron con él.
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2 comentarios:

Blackpaco dijo...

Al fin. Por casi medio año no había terminado una semana más de cuentos, pero helos aquí: ¡Cinco mentiras nuevitas!

Gracias por leer. A Llarena por el detonante de esta semana que me dio estas mentiras que contarles.

Gracias, Maya. Siempre. Por todo. Sin ti, no sé qué tanto esto tendría sentido.

Ojalá pasen la voz de que volví y me lean seguido. No abandonden.

Suerte y hasta pronto.

Francisco Espinosa.

Maya dijo...

Gracias, amor, por volver a escribir, por volver a contarme historias para antes de dormir. Esta, en particular, es hermosísima, terrible, pero hermosa.
Gracias, vida mía. Vamos por otra semana de bellas mentiras. Te amo!!!!